Si no leemos, no sabemos escribir, y si no sabemos escribir, no sabemos pensar

Hoy todos escriben, todos quieren expresar sus sentimientos y opiniones, pero, ¿quién lee? En cierta forma la lectura es una actividad superior a la escritura; sólo podemos escribir con el lenguaje que hemos adquirido leyendo.

La lectura es la materia prima de la escritura y la posibilidad de crear una obra que tenga belleza y profundidad o simplemente claridad, se basa en las lecturas que hemos hecho y lo que hemos aprendido de otros autores (sus palabras se vuelven las nuestras, se mezclan con nuestros pensamientos y experiencias).

Así se destila la escritura, como una refinación del pensamiento no sólo personal, sino del tiempo mismo.

Para muchas personas es más atractivo escribir, tiene más glamour –algo que quizás se deba a la inmadurez y al egoísmo–, pero grandes escritores nos dicen que la felicidad en realidad está en la lectura.

Borges es especialmente fértil en este sentido: «la felicidad, cuando eres lector, es frecuente». Y la célebre: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído».

Hay una frase contundente, que si no mal recuerdo es de Juan José Arreola, «Si no lees, no sabes escribir. Si no sabes escribir no sabes pensar«. Una sencillez aforística que debe ser el fruto de la labor intelectual de un buen lector.

Las personas toleran no ser buenos lectores, pero si se les dice que no saben pensar, esto lastima su orgullo y, sin embargo, una condiciona a la otra.

Así, la lectura es una herramienta de desarrollo fundamental. Y donde mejor se desenvuelve esta herramienta es en los libros, no en los pequeños artículos que dominan la circulación de la Web.

El encuentro con el lenguaje merece un espacio de concentración – el medio es también el mensaje–, un encuentro a fondo con la mente de un autor que puede haber muerto hace cientos de años pero que vive, al menos meméticamente, en el texto que se trasvasa a nuestra mente.

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