Pocas materias son tan perjudiciales para las edificaciones como lo es el agua. ¿Quién no ha sufrido alguna vez un problema de humedad en su vivienda?
Eso es lo primero que se nos viene a la mente cuando hablamos de los problemas del agua en los edificios pero, por desgracia, no son los únicos signos patológicos que ésta produce. Como sabemos, en la construcción se emplean gran cantidad de materiales metálicos para cerrajerías, carpinterías, tuberías, ornamentos, elementos estructurales, etc.
Y como también sabemos, el metal en contacto con el agua ofrece como consecuencias unos efectos corrosivos sin límites aunque estos daños se limitan principalmente a edificaciones ya antiguas, por la falta de tratamiento de dichos materiales o la falta de mantenimiento.
Pues bien, mucha gente puede ver la oxidación y la corrosión como deficiencias estéticas del edificio, pero nada más lejos de la realidad. Un problema corrosivo en un enrejado de ventana o en una barandilla de protección de balcón, si no se repara, puede llevar a la desintegración del material, a su rotura y, si dicha corrosión se produce en alguno de los anclajes de la cerrajería a la estructura, podría conllevar cómo no al desprendimiento del elemento metálico en cuestión (imaginémonos una reja de ventana cayendo a la calle desde un quinto o séptimo piso, o una barandilla de balcón donde se apoya una persona).
En el caso de las tuberías, los materiales metálicos tradicionalmente se han utilizado en las conducciones de las instalaciones de agua, especialmente el cobre y el acero. En edificaciones antiguas en las que un piso cerrado se vuelve a habitar, a la hora de abrir los grifos, pueden darse casos de que el agua salga con un tono claramente oscuro, el cual puede ser producido por la falta de mantenimiento de la tubería durante un largo periodo, en cuyo nuevo contacto con el agua desprende restos. Sería aconsejable y yo diría que necesario contactar con un fontanero antes de consumir dicha agua, evidentemente.
Y ¿Qué decir de los elementos estructurales? Afortunadamente, cada vez son menos los problemas derivados del agua en las estructuras metálicas por los diferentes tratamientos existentes en el mercado, así como los coeficientes de mayoración de resistencia utilizados en los cálculos estructurales, pero a nadie se le puede negar que una viga o un pilar que presenten signos de oxidación deben ser puestos en conocimiento de un técnico competente que haga un estudio de rehabilitación y determine la solución reparadora a emplear.
Estos, a priori, son los principales problemas que se detectan en los elementos metálicos vistos pero ¿puede ser el desprendimiento de una cornisa de hormigón motivado por también por el agua? Sin ninguna duda. Los desprendimientos de material de hormigón procedente de cornisas hacia la calle pueden ser detectados previamente por el agrietamiento que en dicho elemento se formará.
Una de las más posibles causas de que se produzca el agrietamiento es la filtración de agua por alguna micro fisura existente en la cara superior de la cornisa que, en contacto con la armadura de acero, provoque su oxidación y, a su vez, que ésta se expanda hasta romper el hormigón.
Por ello, es muy importante, dicho sea de paso, impermeabilizar correctamente las caras superiores de cornisas o, al menos, formar una pendiente hacia el exterior. Y de las humedades por filtración desde cubiertas o por fachadas ¿qué vamos a contar que no sepamos? Una defectuosa impermeabilización de la envolvente puede dar problemas a largo plazo. Aquí no se mencionan más que algunos de los problemas que el agua da a los edificios, existiendo muchos más. Lo dicho, el agua es buena para las personas pero mala para los edificios. Tratemos los materiales correctamente para evitar patologías.
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