Los que ya no están duermen en lo más hondo de nuestro corazón, pero muchas de esas ausencias siguen siendo abismos de dolor en nuestra memoria: porque nos dejaron sin poder darles un adiós, se fueron sin un “te quiero” o puede que incluso sin un “lo siento”. Esta angustia vital dificulta en muchos casos el adecuado proceso del duelo.
La muerte, debería ser como una despedida en el andén de un tren. Ahí donde disponer de un breve intervalo de tiempo donde tener esa última conversación, donde ofrecer un largo abrazo y dejar ir con un hasta luego sosegado, teniendo plena confianza de que todo va a ir bien. Sin embargo, nada de esto es posible.
Los que nos dejaron no están ausentes, los mantenemos en cada latido de nuestro corazón, reposan en nuestra mente y nos dan fuerza cada día mientras los honramos con una sonrisa…
Los que nos dejaron sin pedir permiso ni decir adiós
A menudo suele decirse que el único aspecto “positivo” de las enfermedades terminales es que, de algún modo, permiten a la persona ir asumiendo e incluso preparando su proceso de despedida o lo que ahora se conoce como “el buen morir”. No obstante, por muy preparada que esté la familia ante ese instante o ese “desprendimiento”, en ocasiones, lejos de sentirse aliviadas lo viven también como algo traumático.
Ahora bien, los que nos dejaron sin pedir permiso ni decir adiós son sin duda las ausencias que más dificultad nos provocan a la hora de iniciar nuestro proceso del duelo. Lo habitual, es quedar encallado en los sentimientos de incredulidad y negación, hasta derivar, en el peor de los casos, en un estado de desorganización vital marcado por la ira crónica o la depresión.
La muerte inesperada de un ser querido supone algo más que un impacto emocional intenso. La pérdida deja muchos cabos sueltos, asuntos pendientes, palabras no dichas, arrepentimientos no disculpados y la desesperada necesidad de haber podido dar un adiós. Las respuestas a todo ello estarán entonces en nuestro interior, y es ahí donde tendremos que refugiarnos durante un tiempo determinado para encontrar la calma, el alivio y la aceptación.
Cómo afrontar la pérdida de un ser querido cuando no hemos podido despedirnos
La muerte nunca es del todo real, nunca es del todo auténtica… Porque la única forma perder por siempre a una persona es mediante el olvido, mediante el vacío del “no-recuerdo”.
Algo que debemos tener muy claro desde el inicio, es cada persona va a vivir el duelo de un modo particular. No hay tiempos ni una estrategia que nos sirva a todos por igual. Además, ese dolor que tanto paraliza al inicio, que quita el aire y que nos arrebata incluso el alma en los primeros días, semanas o meses, se acaba suavizando. Porque, aunque lo creamos casi imposible… Se sobrevive.
Aprender a decir adiós a quien no tuvo su oportunidad
Los que nos dejaron con tantos vacíos, preguntas no respondidas, palabras no dichas y sin ese adiós necesitado, no van a volver. Es algo que debemos asumir, afrontar y aceptar. Ahora bien, algo que debe ofrecernos alivio es recordar que esa persona nos quería y que el amor era recíproco.
-Evita centrar tus pensamientos en el día de la pérdida, retrocede en tu máquina del tiempo mental hacia esos instantes de cariño compartido, a esos instantes de felicidad e ilusión. Es ahí, donde se hallan las respuestas a tus preguntas: esa persona sabía que era querida.
-Escribe una carta con todo lo que desearías haberle dicho o si lo prefieres, háblale mentalmente o en voz alta facilitando así el desahogo. Después, visualiza un instante de armonía compartido con esa persona, un momento de paz y felicidad donde lo veas o la veas sonreir. Siéntete querido, siéntete reconfortado.
-Si lo prefieres, puedes repetir este ejercicio tantos días como lo necesites. No obstante, también es adecuado compartir tiempo con otros familiares y amigos, los cuales, sin lugar a dudas, también te darán las respuestas que necesitas. Te convencerán de que, a pesar de no haber tenido esa despedida, la otra persona sabía muy bien cuánto la querías.
La herida de la pérdida, de esa ausencia tan dolorosa e inesperada, irá cauterizándose con el tiempo. A pesar de que son vacíos que nunca llegan a olvidarse, lo creamos o no, nuestro cerebro está “programado” para superar la adversidad debido a ese instinto casi innato por seguir avanzando. Por sobrevivir.
Para ello, basta con cuidarnos y atendernos como quien recompone una delicada pieza de porcelana fragmentada. La uniremos de nuevo con buenos recuerdos que honren al ser querido y con esa materia de la que están hechos los amores que no se olvidan, el cariño más sincero e imborrable y ese legado emocional que nos servirá como barniz para ser mucho más fuertes y valientes el día de mañana.